viernes, 12 de noviembre de 2010

PRIMERA PARTE (capitulo II continua [2])

continuación del libro: "LAS ENSEÑANZAS DE DON JUAN"


Jueves, 17 de agosto, 1961:

Expuse a don Juan mi sentir con respecto a la experiencia. Desde el punto de vista de mi propuesto trabajo, había sido desastrosa. Dije que no me apetecía otro "encuentro" similar con
Mescalito. Acepté que cuanto me ocurrió había sido más que interesante, pero añadí que nada de ello podía realmente impulsarme a buscarlo de nuevo. Creía seriamente no estar hecho para ese tipo de empresas. El peyote me había producido, como reacción posterior, una extraña clase de incomodidad física. Era un miedo o una desdicha indefinidos; una cierta melancolía, que yo no podía definir con exactitud. Y tal estado no me parecía noble en modo alguno. Don Juan rió y dijo:

-Estás empezando a aprender.

-Este tipo de aprendizaje no es para mí. No estoy hecho para él, don Juan.

-Tú eres muy exagerado.

-Esta no es ninguna exageración.

-Lo es. El único problema es que solamente exageras los malos aspectos.

-En lo que a mí toca, no hay buenos aspectos. Todo lo que sé es que me da miedo.

-No hay nada malo en tener miedo. Cuando uno teme, ve las cosas en forma distinta.

-Pero a mi no me importa ver las cosas en forma distinta, don Juan. Creo que voy a dejar en paz el aprendizaje sobre Mescalito. No puedo con él, don Juan, Esta es en realidad una mala situación para mi.

-Claro que es mala . . . hasta para mi. Tú no eres el único sorprendido.

-¿Por qué iba a estar sorprendido usted, don Juan?

-He estado pensando en lo que vi la otra noche. Mescalito de veras jugó contigo. Eso me extrañó, porque fue una señal,

-¿Qué clase de señal, don Juan?

-Mescalito te señaló.

-¿Para qué?

-No lo tenía yo claro entonces, pero ahora sí. Quería decirme que tú eras el escogido. Mescalito te señaló y con eso me dijo que tú eras el escogido.

-¿Quiere usted decir que me escogió entre otros para alguna tarea, o algo así?

-No. Quiero decir que Mescalito me dijo que tú podías ser el hombre que busco.

-¿Cuándo se lo dijo, don Juan?

-Al jugar contigo me lo dijo. Eso te hace mi escogido.

-¿Qué significa ser el escogido?

-Tengo secretos. Tengo secretos que no podré revelar a nadie si no encuentro a mí escogido. La otra noche, cuando te vi jugar con Mescalito, se me aclaró que eras tú. Pero no eres indio. ¡Qué extraño!

-Pero ¿qué significa para mí, don Juan? ¿Qué tengo que hacer?

-Me he decidido y voy a enseñarte los secretos que corresponden a un hombre de conocimiento.

-¿Quiere usted decir sus secretos sobre Mescalito?

-Sí, pero ésos no son los únicos secretos que tengo. Hay otros, de distinta clase, que me gustaría revelar a alguien. Yo mismo tuve un maestro, mi benefactor, y también me convertí en su escogido al realizar cierta hazaña. El me enseñó todo lo que sé.

Le pregunté de nuevo qué requeriría de mí este nuevo papel; dijo que sólo se trataba de aprender, en el sentido de lo que yo había experimentado en las sesiones con él. La manera en que la situación había evolucionado era bastante extraña. Yo había decidido decirle que iba a abandonar la idea de aprender sobre el peyote, pero antes de que pudiera lograrlo realmente él me ofreció enseñarme sus "secretos". Ignoraba qué quería decir con eso, pero sentía que esta vuelta súbita era muy seria. Argumenté que no llenaba los requisitos para una tarea así, pues ésta requería una rara ciase de valor que yo no poseía. Le dije que la inclinación de mi carácter era hablar de actos que otros realizaban. Yo quería oír sus pareceres y opiniones acerca de todo. Le dije que sería feliz de poder estar allí sentado, escuchándolo durante días enteros. Para mí, eso seria aprender. Escuchó sin interrumpirme. Hablé mucho tiempo. Luego dijo:

-Todo eso es muy fácil de entender. El miedo es el primer enemigo natural que un hombre debe derrotar en el camino del saber. Además, tú eres curioso. Eso compensa. Y aprenderás a pesar tuyo; ésa es la regla. Protesté un rato más, tratando de disuadirlo. Pero él parecía convencido de que no me quedaba otra alternativa sino aprender.

-No estás pensando bien -dijo-. Mescalito de veras jugó contigo. Eso es lo único que hay que tener en cuenta. ¿Por qué no te ocupas de eso y no de tu miedo?

-¿Fue tan poco común?

-Eres la primera persona que he visto jugar con él. No estás acostumbrado a esta clase de vida; por eso las seña les se te escapan. Así y todo eres una persona seria, pero tu seriedad está ligada a lo que tú haces, no a lo que pasa fuera de ti. Te ocupas demasiado de ti mismo. Ese es el problema. Y eso produce una tremenda fatiga.

-¿Pero qué otra cosa puede uno hacer, don Juan?

-Busca y ve las maravillas que te rodean. Te cansarás de mirarte a ti mismo, y el cansancio te hará sordo y ciego a todo lo demás.

-Dice usted bien, don Juan, pero ¿cómo puedo cambiar? -Piensa en la maravilla de que Mescalito jugara contigo. No pienses en otra cosa; ,lo demás te llegará por su propia cuenta.


Domingo, 20 de agosto, 1961:


La noche pasada, don Juan procedió a introducirme en el terreno de su saber. Estábamos sentados frente a su casa, en la oscuridad. De improviso, tras un largo silencio, empezó a hablar.

Dijo que iba a aconsejarme con las mismas palabras usadas por su propio benefactor el día en que lo tomó como aprendiz. Al parecer, don Juan había memorizado las palabras, pues las repitió varias veces para asegurarse de que no se me fuera ninguna,

-Un hombre va al saber como a la guerra: bien despierto, con miedo, con respeto y con absoluta confianza. Ir en cualquier otra forma al saber o a la guerra es un error, y quien lo cometa vivirá para lamentar sus pasos.

Le pregunté por qué era así, y dijo que, cuando un hombre ha cumplido estos cuatro requisitos, no hay errores por los que deba rendir cuentas; en tales condiciones sus actos pierden la torpeza de las acciones de un tonto. Si tal hombre fracasa, o sufre una derrota, sólo habrá perdido una batalla, y eso no provocará deploraciones lastimosas. Declaró luego su intención de enseñarme lo que es un "aliado" en la misma forma exacta como su benefactor se lo había enseñado a él. Recalcó con fuerza las palabras "misma forma exacta.", repitiendo la frase varias veces.

Un "aliado", dijo, es un poder que un hombre puede traer a su vida para que lo ayude, lo aconseje y le dé la fuerza necesaria para ejecutar acciones, grandes o pequeñas, justas o injustas. Este aliado es necesario para engrandecer la vida de un hombre, guiar sus actos y fomentar su conocimiento. De hecho, un aliado es la ayuda indispensable para saber. Don Juan decía esto con gran convicción y fuerza. Parecía elegir cuidadosamente sus palabras. Repitió cua tro veces la siguiente frase:

-Un aliado te hará ver y entender cosas sobre las que ningún ser humano podría jamás iluminarte.

-¿Es un aliado algo parecido a un espíritu guardián?

-No es ni espíritu ni guardián. Es una ayuda.

-¿Es Mescalito el aliado de usted?

-¡No! Mescalito es otra clase de poder. ¡Un poder único! Un protector, un maestro.

-¿En qué se diferencia Mescalito de un aliado?

-A Mescalito no se le puede domar y usar como se doma y se usa a un aliado. Mescalito está fuera de uno mismo. Escoge mostrarse en muchas formas a quienquiera que tenga enfrente, sin importarle que sea un brujo o un peón.

Don Juan hablaba con hondo fervor de que Mescalito era el maestro de la buena manera de vivir. Le pregunté cómo enseñaba Mescalito a "vivir como se debe", y don Juan repuso que Mescalito muestra cómo vivir.

-¿Cómo lo muestra? -pregunté.

-Tiene muchos modos de hacerlo. A veces lo enseña en su mano, o en las piedras, o los árboles, o nomás enfrente de uno.

-¿Es como una imagen enfrente de uno?

-No. Es una enseñanza enfrente de uno.

-¿Habla Mescalito a la persona?

-Sí. Pero no con palabras.

-¿Entonces cómo habla?

-A cada hombre le habla distinto.
Sentí que mis preguntas lo molestaban. No hice ninguna más. El siguió explicando que no había casos exactos para conocer a Mescalito; por tanto, nadie podía instruir sobre él a excepción de Mescalito mismo, Esta característica lo hacía un poder único; no era el mismo para todos los hombres.

En cambio, dijo don Juan, la adquisición de un aliado requería la enseñanza más precisa y el seguir, sin desviación, una serie de etapas o pasos. Hay muchos de esos poderes aliados en el mundo, dijo, pero él sólo conocía bien dos de ellos. E iba a guiarme a ellos y a sus secretos, pero de mí dependía escoger uno de los dos, pues sólo uno podía tener. El aliado de su benefactor estaba en la yerba del diablo, dijo, pero a él en lo personal no le gustaba, aunque gracias al benefactor sabía sus secretos. Su propio aliado estaba en el "humito", dijo, pero no concretó la naturale za del humo. Inquirí al respecto. Permaneció callado. Tras una larga pausa le pregunté:

-¿Qué clase de poder es un aliado?

-Ya te dije: es una ayuda.

-¿Cómo ayuda?

-Un aliado es un poder capaz de llevar a un hombre más allá de sus propios límites. Así es como un aliado puede revelar cosas que ningún ser humano podría.

-Pero Mescalito también lo saca a uno de sus propios límites. ¿No lo convierte eso en un aliado?

-No. Mescalito te saca de ti mismo para enseñarte. Un aliado te saca para darte poder.

Le pedí explicarme el punto con más detalle, o describir la diferencia entre ambos efectos. Me miró largo rato y rió. Dijo que aprender por medio de la conversación era no sólo un desperdicio sino uno estupidez, porque el aprender era la tarea más difícil que un hombre podía echarse encima. Me pidió recordar la vez que traté de hallar mi sitio, y cómo quería yo encontrarlo sin trabajo porque espe raba que él me diese toda la información. Si lo hubiera hecho, dijo, yo jamás habría aprendido. Pero el saber cuán difícil era hallar mi sitio, y sobre todo el saber que existía, me darían un peculiar sentido de confianza. Dijo que mientras yo permaneciese enclavado en mi "sitio bueno" nada podría causarme daño corporal, porque yo tenía la seguridad de que en ese sitio específico me hallaba lo mejor posible. Tenía el poder de rechazar cuanto pudiera serme dañino. Pero si él me hubiese dicho dónde estaba el sitio, yo jamás habría tenido la confianza necesaria para considerar esto como verdadero saber. Así, saber era ciertamente poder.

Don Juan dijo entonces que, siempre que un hombre se propone aprender, debe laborar tan arduamente como yo lo hice para encontrar aquel sitio, y los límites de su aprendizaje están determinados por su propia naturaleza. Así, no veía objeto en hablar del conocimiento. Dijo que ciertas clases de saber eran demasiado poderosas para la fuerza que yo tenía: hablar de ellas sólo me acarrearía daño. Al parecer sintió que no había nada más que quisiera decir. Se levantó y fue rumbo a su casa. Le dije que la situación me abrumaba. No era lo que yo había pensado ni deseado. Dijo que los temores son naturales; todos los sentimos y no podemos evitarlo. Pero por otra parte, pese a lo atemorizante que sea el aprender, es más terrible pensar en un hombre sin aliado o sin conocimientos.

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